La transmisión de la experiencia clínica ocupa un lugar nuclear, ineludible, de los intercambios entre analistas. Esto no significa que la pregunta “¿Por qué transmitir la clínica?” tenga una respuesta unívoca, por el contrario, hay maneras muy distintas de pensar la presentación de material clínico, tanto a nivel de sus objetivos como de su modalidad y metodología. Pero lo que parece fuera de discusión es que los analistas debemos dar cuenta de nuestra práctica ante otros, y en este punto nos preguntamos si deberíamos esperar que allí se produzca un efecto de transmisión, y de ser así, de qué depende que esto se produzca.
Podemos desdoblar el tema entre la cuestión referida a la clínica en sí (qué entendemos por material clínico, motivaciones e implicancias de su presentación), y aquello referido a la transmisión como vía de acceso a la verdad del inconsciente.
¿Qué entendemos por “material clínico”? Habitualmente se lo relaciona con un “paciente”, es decir, con lo que produce un sujeto en su análisis. Sin embargo, pueden trazarse distintas fronteras para circunscribir lo que es, o no, material clínico. Por ejemplo, recordemos que dentro de los “historiales clínicos” de Freud, encontramos al “caso de paranoia descrito autobiográficamente”, Schreber, quien no es un paciente en análisis. Ahora bien, ¿podemos decir que la autobiografía de Schreber es un material clínico? Lo que está claro es que Freud la trata y la analiza como si lo fuera. Y del mismo modo lo hace con casi todas las producciones de sujeto que habitan la cultura: mitos, religión, obras de arte, novelas, y hasta la vida cotidiana… en fin, aquello que se ha dado en llamar “psicoanálisis aplicado”. ¿”La Gradiva”, es un material clínico? Aquí la respuesta pareciera ser más claramente que no, sin embargo Freud también la trata como si lo fuera. Al respecto de esto, cito a Erik Porge[1]: “Los estudios de casos literarios publicados por Freud son psicoanálisis en el mismo sentido que sus relatos clínicos”. Introduzco entonces en este punto una referencia que da Janine Puget[2], quien dice que “material clínico es aquello que por su estructura nos da acceso al Inconsciente”, (lo cual implica que debe haber una escucha analítica para que una determinada manifestación subjetiva adquiera el estatus de material clínico)
En todo caso, me pregunto si el hecho de que Freud publicara las aplicaciones del psicoanálisis en campos mucho más amplios que el de sus pacientes neuróticos, no estará relacionado con su deseo de transmisión. Sabemos que Freud recurre constantemente a la literatura para expresar sus ideas, y se me ocurre que allí está buscando trascender la mera enunciación de un concepto, para lograr tocar al sujeto lector, es decir, alcanzar un efecto de transmisión. ¿Y por qué lo lograría a través de la literatura? En palabras de Freud[3]: “… a mí mismo me resulta singular que los historiales clínicos por mí escritos se lean como unas novelas breves, y que de ellos esté ausente, por así decir, el sello de seriedad que lleva estampado lo científico. Por eso me tengo que consolar diciendo que la responsable de ese resultado es la naturaleza misma del asunto…”
Entonces, retomando la cuestión acerca de lo que es “material clínico”, quizás hagamos bien en restringirlo a lo que acontece dentro de un análisis, pero notemos que a la hora de dar cuenta de ello, Freud se sale de las fronteras del consultorio y recurre a todos los elementos que componen la cultura, y en especial al campo de la literatura, como medio de transmisión. Por lo tanto se podría decir que la transmisión de la clínica trasciende al relato de un caso.
Aún así, detengámonos en las vicisitudes de la presentación de un material clínico. Dentro del psicoanálisis existen diversas maneras de concebir la presentación de un material. Por ejemplo, algunas posiciones tienden hacia la búsqueda de la máxima objetivación posible, proponiendo criterios estrictos para la formalización de las presentaciones, aplicando el modelo de “hipótesis/contrastación”, en palabras de Gómez Cabal[4] “someterse a cánones científicos habituales”. Según esta perspectiva, se le adjudica al material el lugar de la comprobación empírica de las teorías, tal como lo plantea E. Laverde Rubio[5] “En la ciencia el objetivo no es discutir, es presentar una idea (hipótesis) y sustentarla o refutarla”
En otra dirección apuntan posiciones que admiten que la presentación de un caso lleva las marcas indelebles de la subjetividad del analista. Daniel Wildlocher[6], siguiendo a Spence, plantea que el relato que hace el analista de su trabajo con un paciente puede ser considerado una “narrativa”. ¿Qué es lo que narra?: la historia de sus experiencias en sesión. La idea de historizar un análisis pone de relieve el lugar del analista como construyendo un caso. Creo que podría incluirse la noción de que aquello de lo que se intenta dar cuenta con un material clínico es en verdad algo inasible; y que el relato de un caso es al análisis, lo que el relato de un sueño al soñar.
Lo cierto es que los analistas debemos convivir entre paradojas, incertidumbres y contrasentidos, y allí se aloja la tensión irresoluble entre los intentos de objetivación y el lugar de lo singular. No podemos renunciar a establecer principios generales, teorías, enunciados universales, justamente para dar cuenta de lo subjetivo, único e irrepetible. La “teoría” y la “clínica” se imbrican y se suponen mutuamente. El relato de un caso entonces, estará atravesado por estas dimensiones contrapuestas e inseparables, dimensiones a las que le que yo le sumaría las de la “transmisión” y la “enseñanza”.
Porque, después de todo ¿qué entendemos por “transmisión”? Suele postularse rápidamente cierta oposición con la idea de “enseñanza”, pero esta diferenciación suele tomar un tono un tanto maniqueo, llegando a esa especie de lema “el psicoanálisis no se enseña, se transmite”. Yo tiendo a pensar más bien que enseñanza y transmisión forman parte de estas dimensiones que mencionábamos, distinguibles pero entrelazadas, como objetivación/singularidad o teoría/clínica. Desde luego la distinción entre transmisión y enseñanza es indispensable, quedando ésta última ligada a la intelección, racional y conciente, de ciertos saberes. Lo cierto es que a la hora de formarnos como analistas no podemos prescindir de enseñanzas, aunque no sean éstas las que nos vuelven analistas. Cito a Freud[7], enunciando uno de los objetivos de la creación del Instituto de Psicoanálisis de Berlín: “crear un centro en el cual pudiera impartirse la enseñanza teórica del psicoanálisis y transmitir la experiencia de los psicoanalistas más viejos…”. Surge de esta cita que la teoría se enseña, y que lo que se transmite es la experiencia, camino singular recorrido por un sujeto y del que solo podría dar cuenta él mismo.
Entonces, volviendo a la cuestión de la presentación de materiales clínicos, tenemos esta dimensión de la objetivación, la cientificidad, la formalización, los postulados teóricos, la enseñanza, en contrapunto indesligable de aquella otra, la de la experiencia singular, la construcción del caso, el sujeto, la transmisión.
Creo que la transmisión solo puede ser pensada como efecto, no hay modo de garantizarla a priori. Es un efecto producido en el sujeto a través del lenguaje, y la pondría emparentada con la serie que forman la interpretación, la metáfora literaria y el chiste, es decir, allí donde el efecto se produce por una significación aludida, insinuada, pero nunca del todo explicitada. “Explicar” una interpretación, una metáfora o un chiste, les quita su efectividad como tales; la explicación quedaría del lado de la enseñanza.
La transmisión opera a nivel de la subjetividad, apelando a cierta develación de la verdad de lo inconsciente. ¿Cómo lograr este efecto de transmisión a la hora de presentar un material clínico? Como dijimos, no hay garantías. Freud decía en la cita que mencionábamos al principio, que la “naturaleza del asunto” requiere de un trascender el discurso estrictamente científico; también lo plantea en Consejos al Médico: “… unos protocolos exactos en un historial clínico analítico rinden menos que lo que se esperaría de ellos. En rigor, se alinean con esa pseudo exactitud de la que tantos ejemplos llamativos nos ofrece la psiquiatría ‘moderna’”[8]. Al respecto de esto, Eric Porge[9] planeta que en Freud la exactitud es sustituida por la veracidad o verdad. Este autor, en su libro Transmitir la Clínica, analiza las modalidades que utilizan Freud y Lacan para dar cuenta de la clínica psicoanalítica, afirmando de Freud que recurre a la “puesta en relato” del caso, “novelizándolo” para alcanzar la verdad, abocándose a un trabajo de escritura con una inevitable dimensión de ficción. Respecto a Lacan, destaca que éste no recurre el relato de caso para transmitir la clínica, sino que pone el acento en el “estilo” de la transmisión. La “clinicidad” en el estilo de Lacan daría cuenta de la clínica, a pesar de que no recurra a la presentación de casos.
Para finalizar, cito unas palabras de Borges respecto a su lectura de Martin Buber, que si bien mencionadas en otro contexto, creo que aluden a la transmisión: “Puede que yo aceptara aquellos libros porque los acogí como poesía, como sugerencia o insinuación, a través de la música de la poesía, y no como razonamientos”[10].
[2] “¿Qué es material clínico para el psicoanalista. ‘Los espacios psíquicos’ “, en Psicoanálisis, Vol. 10, Nº 3, 1988, (APdeBA)
[4] “Presentando materiales clínicos”, en Revista de la Sociedad Colombiana de Psicoanálisis, Vol 22, nº 4 (1997)
[5] “Presentación de material clínico: ¿creación o dispersión?” en Revista de la Sociedad Colombiana de Psicoanálisis, Vol. 28, no. 2 (2003).
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