EN mi trabajo de 1905 sobre El chiste y su relación con lo inconsciente sólo consideré el humor desde el punto de vista meramente económico, pues a la sazón me importaba revelar la fuente del placer que despierta el humor, y creo haber demostrado que reside en el ahorro del despliegue afectivo.
El proceso humorístico puede llevarse a cabo de doble manera: ya sea en una sola persona, que adopta ella misma la actitud humorosa, mientras el papel de la segunda se limita al de mero espectador divertido; ya entre dos personas, de las cuales una no tiene la menor parte activa en el proceso humorístico, siendo aprovechada por la segunda como objeto de su consideración humorística. Detengámonos en el más crudo de los ejemplos. Si el reo conducido un lunes a la horca exclama: «¡Linda manera de empezar la semana!», entonces él mismo despliega el humor, el proceso humorístico se agota en su persona y evidentemente le produce cierta satisfacción. A mí, al espectador sin parte ni interés, me toca en cierto modo un efecto a distancia de la producción humorística del reo; quizá de manera análoga que él perciba el beneficio placentero del humor.
Se da el segundo caso, por ejemplo, cuando un poeta o narrador nos describe con humor la conducta de personas reales o imaginarias. No es preciso que estas personas exhiban a su vez humor alguno: la actitud humorística concierne exclusivamente a quien las toma como objetos; también aquí, como en el caso precedente, el lector o auditor es mero partícipe del placer que causa el humor. Abreviando, cabe decir, pues, que la actitud humorística -cualquiera que sea su contenido- puede dirigirse contra la propia o ajenas personas; también cabe aceptar que proporciona un beneficio placentero a quien la adopta y un análogo placer corresponde también al espectador sin parte alguna en la trama.
Para comprender la génesis del placer humorístico lo mejor es considerar el proceso que se opera en el oyente ante quien otra persona despliega su humor. Aquél ve a ésta en una situación cuyas características le permiten anticipar que producirá las manifestaciones de algún afecto: se enojará, se lamentará, expresará dolor, susto, terror, quizá aun desesperación, y el espectador-oyente se dispone a seguirla, a evocar en sí las mismas emociones. Pero esta disposición afectiva es defraudada, pues el otro no expresa emoción alguna, sino que hace un chiste.
En el oyente surge así del despliegue afectivo ahorrado el placer humorístico.
Hasta aquí todo es fácil, pero no tardamos en decirnos que es el proceso desarrollado en el otro, en el «humorista», el que merece mayor atención. Sin duda, la esencia del humor consiste en que uno se ahorra los afectos que la respectiva situación hubiese provocado normalmente eludiendo mediante un chiste la posibilidad de semejante despliegue emocional. En este sentido el proceso del humorista debe coincidir con el del oyente, o más bien dicho, el proceso de éste debe ser una copia del que ocurre en aquél. Pero, ¿cómo logra alcanzar al humorista esa actitud psíquica que le torna superflua la descarga afectiva? ¿Qué sucede en él, dinámicamente, durante la «actitud humorística»? Evidentemente, habremos de buscar la solución del problema en el propio humorista, pues en el oyente sólo podremos hallar un eco, una copia, de ese proceso desconocido.
Es hora de que nos familiaricemos con algunas características del humor. No sólo tiene éste algo liberante, como el chiste y lo cómico, sino también algo grandioso y exaltante, rasgos que no se encuentran en las otras dos formas de obtener placer mediante una actividad intelectual. Lo grandioso reside, a todas luces, en el triunfo del narcisismo, en la victoriosa confirmación de la invulnerabilidad del yo. El yo rehúsa dejarse ofender y precipitar al sufrimiento por los influjos de la realidad; se empecina en que no pueden afectarlo los traumas del mundo exterior; más aún: demuestra que sólo le representan motivos de placer. Este último rasgo es absolutamente esencial para el humor. Supongamos que el reo conducido al cadalso en día lunes hubiese dicho: «Todo esto no me importa. ¿Qué más da si cuelgan a un tipo como yo? Por eso no se vendrá abajo el mundo.» Entonces deberíamos juzgar que este discurso, si bien expresa una magnífica superación de la situación real, si bien es sabio y justificado, no traduce ni pizca de humor y hasta se basa en una apreciación de la realidad que es directamente opuesta a la del humor. El humor no es resignado, sino rebelde; no sólo significa el triunfo del yo, sino también del principio del placer, que en el humor logra triunfar sobre la adversidad de las circunstancias reales.
Estos dos últimos rasgos -el repudio de las exigencias de la realidad y la imposición del principio del placer- aproxima el humor a los procesos regresivos o reaccionarios que tanto nos ocupan en la psicopatología.
dentro de ,El malestar en la cultura (1930 [1929]). esta "El humor " o son dos textos diferentes?
ResponderEliminarhttp://www.amorrortueditores.com/libro.php?p_id_libro=447#
Soledad: son dos textos diferentes. Si querés buscamos el link para ambos. Pero están ambos colgados en Internet.
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